Kid Pambelé: el oro y la oscuridad
Grande como los dinosaurios
Pambelé volvió a bramar frente a las
cámaras y descargó un nuevo puñetazo contra la pared. Tenía la bata
típica de los enfermos de hospital, pero a través de los barrotes de la
ventana parecía un condenado a muerte que reclamaba compasión.
La escena resumía de manera dramática lo
que había sido su vida: el llanto y los golpes, el trastorno y el
encierro, la fama y la oscuridad.
– ¡Ayúdenme! – exclamó, con su vozarrón despedazado.
En ese momento los reporteros se
metieron a la fuerza en la habitación. El hombre dejó de aporrear las
paredes y la emprendió a bofetadas contra su propio rostro. Los
camarógrafos ajustaron sus planos para registrar la nueva reacción.
Relampaguearon los flashes, se desbordaron los murmullos. Y Pambelé
lució más desvalido entre aquella horda de perdición.
– ¡Ay, mi madre –
fue todo lo que alcanzó a decir, antes de sentarse en el borde de la
cama y ponerse a llorar con el rostro hundido entre las manos.
El siquiatra Christian Ayola, que
manejaba el caso de Pambelé en el Hospital San Pablo, de Cartagena, se
disponía a almorzar en su casa aquel mediodía de enero de 1994. Estaba
pasmado ante las imágenes del noticiero, que le resultaban crueles y de
pésimo gusto. Su mayor preocupación no era, sin embargo, darles una
cátedra de derechos humanos a los periodistas sino averiguar por qué su
paciente entró en crisis. Supuso que tal vez no había tomado las
medicinas.
“Él tenía que estar a punta de eurolépticos para el estado sicótico y estabilizadores para el humor”, recuerda Ayola.
A esa inquietud se sumaba otra: Andrés
Pastrana, aspirante conservador a la Presidencia de la República, lo
había llamado por la mañana para decirle que quería ver a Pambelé. Ayola
le respondió que no se oponía, siempre y cuando la visita fuera secreta
y no un acto público con intenciones políticas. El candidato
presidencial volvió a la carga, con el argumento de que a los amigos no
se les esconde.
Esa relación se había forjado 22 años
atrás, cuando Misael Pastrana Borrero era el presidente de Colombia y
Antonio Cervantes, más conocido como Kid Pambelé, era el
campeón mundial del peso walter junior. La empatía entre los dos fue
inmediata. El presidente lo recibía en el Palacio de San Carlos, lo
ponía de ejemplo en sus discursos y se hacía fotografiar frente al
televisor cuando Pambelé peleaba. Como si fuera poco, iba a Palenque, el
pueblo pobre donde nació el campeón, a inaugurar los servicios de
energía eléctrica y acueducto. Pambelé, por su parte, le dedicaba cada
triunfo. Viajaba desde donde estuviera para acompañar a Andrés, el hijo
del presidente – entonces un muchacho de 18 años — en las caminatas que
organizaba por las calles de Bogotá.
Desde el 28 de octubre de 1972, cuando
Pambelé ganó el título, el país permanecía en trance de adoración. Los
periódicos no le perdían ni pie ni pisada. El Heraldo lo mostraba en el aeropuerto de Barranquilla, besando a una rubia de camisita breve abierta en el pecho. El Universal
lo retrataba en una notaría de Cartagena, mientras firmaba las
escrituras de tres apartamentos que había comprado de un solo tirón. El Espectador nos informaba por quién iba a votar en las próximas elecciones. El Siglo
mandaba reporteros a las casas del ex presidente Carlos Lleras Restrepo
y del poeta León de Greiff, para preguntarles sus impresiones sobre el
ídolo. Cromos enviaba a su mejor cronista, Juan Gossain, a los países
donde Cervantes defendía el título. Fernán Martínez Mahecha revelaba que
El Tiempo tenía cuatro carpetas de material de archivo sobre Pambelé y sólo una sobre Gabriel García Márquez. Y El Espacio,
claro, lo sacaba en primera página apretando por la cintura a una
azafata, bajo la palabra “¡Pillado!” escrita en grandes letras rojas.
Pambelé, además, salía con la cantante
de moda en Colombia, recibía homenajes de alcaldes y concejales,
cultivaba amistad con famosos como José Luis Rodríguez – El Puma
– y Óscar de León; regalaba toros en cuanta corrida podía, coronaba
reinas en ferias populares, les tenía sendas mansiones a sus dos mujeres
oficiales, pontificaba sobre la temperatura ideal del vino de Oporto,
se hacía brillar las uñas en salones de belleza, coleccionaba autos
lujosos en cada una de sus viviendas y liquidaba sin misericordia a
todos los boxeadores que enfrentaba.
El culto a su figura se debía, explica
Juan Gossain, a que Pambelé fue el hombre que nos enseñó a ganar.
“Antes de él”, añade, “éramos un país de perdedores. Nos consolábamos
conjugando el verbo casitriunfar. Vivíamos todavía celebrando
el empate con la Unión Soviética en el mundial de fútbol del 62. Pambelé
nos convenció de que sí se podía y nos enseñó para siempre lo que es
pasar de las victorias morales a las victorias reales”.
A mediados de los años 70’s, Gossain fue
testigo, en Cartagena, de un hecho que le hizo entender la idolatría
que desataba el boxeador. El periodista pasaba por una calle del centro,
en medio de la modorra de la dos de la tarde, cuando de pronto se asomó
una prostituta envuelta en una toalla. La mujer se dirigió a gritos a
los vendedores de lotería de la otra acera...
leer completo...http://ciruelo.uninorte.edu.co/pdf/BDC119.pdf
ESTE LIBRO NOS NARRA COMO SE DESTRUYO LA VIDA DE ANTONIO CERVANTES ATRAVES DE LA DROGA Y LA FAMA QUE LO HACE SALIR DE SUS CINCO SENTIDOS ...
ResponderEliminarmuy buena cronica de este deportista olvidado... 401
ResponderEliminarLA DROGA DESTRUYE A CUALQUIERA Y KID PAMBELE SE CONSUMIO EN SU MUNDO DE FANTASIA
ResponderEliminarGRUPO 401